miércoles, 9 de octubre de 2013

las fiestas de san fernando

                                                                                                                                   candelararia
Día de la Candelaria en San Fernando
Tradición que perdura
Carnaval. Las tradiciones zoques son de las
más antiguas y arraigadas en Chiapas.


 En diversas partes de México, el 2 de febrero se festeja a la Virgen de la Candelaria, y Chiapas no es la excepción. Sobre todo en la región zoque, donde estas fechas son de gran importancia. En San Fernando, los festejos del día de la Candelaria comienzan desde el 30 de enero, para culminar las celebraciones del nacimiento de Cristo y, a la vez, marcar el inicio de la penitencia cristiana que se abre con el Carnaval y termina en Semana Santa. Aparte de sus connotaciones católicas, la tradición está relacionada con las festividades prehispánicas de origen zoque, pues en estas fechas
hacían peticiones a los dioses para favorecer las lluvias y tener buenas cosechas.
Los zoques son uno de los pueblos originales más antiguos que habitan Chiapas. De acuerdo con el investigador Thomas Lee, los zoques se asentaron en este territorio desde el año 1600 a.C. En las teorías que propone el destacado historiador Jan de Vos, son los pueblos de habla mixe-zoques que emigraron a la costa del Golfo, los que pudieron dar origen a la cultura olmeca. También hay evidencias arqueológicas de que la cultura zoque en Chiapas dominaba la escritura, y hacia el año 700 a.C. establecieron un centro religioso y político a orillas del río Grijalva, quinientos años antes que los mayas.
Ubicado a 20 minutos de Tuxtla Gutiérrez, San Fernando es un pueblo zoque posado en un accidentado terreno, que hace de sus calles intricadas subidas y bajadas por donde todavía circulan los burreros, vendiendo bidones de agua.
Por momentos, autobuses de pasajeros, camiones repartidores, burros aguadores y peatones luchan por circular en las estrechas calles, mientras niñas y muchachas vestidas de indumentaria zoque se congregan para caminar rumbo a la ermita de la Candelaria.
En las calles que rodean al santuario se puede percibir la expectación: la gente comienza a circular llevando las ofrendas, apurando el paso para conseguir un buen lugar para ver el baile.
La gente dentro de la capilla reza ante las dos imágenes de la Virgen; las veladoras y el incienso otorgan misticismo a la mañana, que desdibuja las siluetas de los penitentes. Plásticos de colores cuelgan en varias direcciones, adornando el patio y sustituyendo el papel picado de antaño.
De pronto, llegan los músicos: una banda tradicional de tambor y flauta de carrizo (indispensable para las melodías zoques) y otra más numerosa, de aires norteños y gorras de peloteros, al ritmo de los sones de la Candelaria.
Una figura se desliza entre la multitud: “la Güera”, como la conocen en el pueblo, es en este año la Reina de las Candelarias, por lo que encabeza el baile de las mujeres o “Yomoetzé” y revisa afanosa los detalles antes de comenzar. Ligera como abeja, cuelga de su cuello un gran sombrero carmesí, contrastando con su cabello de miel. Las muchachas y las niñas van vestidas con faldas de cuadritos, las tradicionales blusas bordadas, que coquetamente dejan los hombros al aire, y un sombrero charro.
La participación de las mujeres en la fiesta de la Candelaria es fundamental. Las “viejitas” representan a la Virgen cargando al
niño Jesús.
El tambor y la flauta de carrizo marcan el inicio de la fiesta. La Reina de las Candelarias se abre paso entre la multitud y empieza comandando el baile; las muchachas y niñas pequeñitas danzan al mismo ritmo, agitando sus faldas de colores y formando círculos. En un círculo van las mayores; en otro, al centro, van las niñas, con su inocencia maquillada para la celebración. Hay varias, las que siguen a la Reina, que portan el sombrero charro, un elemento connotadamente masculino, que en una festividad dominada por las mujeres resalta vistosamente. Según los viejos, depositarios de la “costumbre”, el sombrero charro lleva utilizándose desde hace más de 50 años en esta danza y en otras que se realizan en la zona.
En el interior de las casas hay una imagen de la Candelaria, que desde 1874 es adorada en esta región. Los altares zoques están en un lugar importante de la casa, a veces el cuarto más grande. Se adornan con figuras de santos, velas, flores y en ocasiones especiales de ramilletes de flores ensartadas, llamadas “joyonaqués”. Las mujeres mayores rezan y los curiosos se asoman a admirarla. Terminan los sones y es hora de recibir el agradecimiento en forma de pozol y panela, bebida de maíz y cacao que refresca y alienta a seguir por las calles, buscando vírgenes a quienes agradar con danzas.
Unas calles más abajo van “las viejitas”, mujeres mayores que portan la misma indumentaria pero que cargan una muñeca; representan a la Virgen con el niño. En cada mano llevan un paliacate y lanzan vivas, bailan, se contonean y ríen. Su ofrenda es la experiencia, su virtud es la alegría. Así se vive en San Fernando un 2 de febrero, con esta danza en la que participan activamente las mujeres de varias generaciones. 

Chiapanecas y parachicos


 El nombre de Chiapas está escrito en plural, porque durante la Conquista y la consecuente evangelización, los colonizadores hispanos no pudieron soportar el clima cálido de Chiapa, la primera villa europea fundada en la región, y subieron a la cumbre de la serranía para establecerse en el Valle de Jovel, en donde crearon otra villa a la que denominaron Chiapa de los Españoles (hoy San Cristóbal), para distinguirla de la otra, Chiapa de los Indios (hoy Chiapa de Corzo). De esta manera se tuvieron relativamente cerca dos comunidades con el mismo nombre, Chiapa; y por eso es que a la zona se le conocía, como hasta hoy, con el nombre genérico de la tierra de las dos Chiapas.
La Chiapa de los Indios permaneció, en el margen del río Grijalva, como estratégico bastión militar, pero los españoles fincaron sus mansiones y trataron de implantar las tradiciones europeas en las montañas, en la Chiapa de los Españoles, que fue cambiando de nombre, hasta adoptar el de San Cristóbal.
En ambas villas, transformadas después por sendas cédulas reales en ciudades, afloró el mestizaje, pero en San Cristóbal se dio de una forma más pudorosa, mientras que en Chiapa, las costumbres surgidas a raíz del enfrentamiento de la cultura europea y la mesoamericana produjo tradiciones más tangibles y, sobre todo, visibles.

La Fiesta Grande
Una de las tradiciones, que identifica a miles de chiapanecos contemporáneos, es la Fiesta Grande de Chiapa, que se realiza durante casi todo el mes de enero. Es un gran festejo local y procesional al que acuden, como cuestión de honor, lugareños expatriados y establecidos en muy diversas partes de México y de todo el mundo.
La Fiesta Grande. Durante todo enero, chiapanecas y parachicos desfilan por las calles de Chiapas.
Poco después de empezar el año, hacen su aparición los “chuntá”, hombres vestidos de mujer que danzan al son del tambor y silbato, anunciando que iniciará el ceremonial, lo cual ocurre el 15 de enero con la fiesta del Señor de Esquipulas (réplica de un Cristo Negro de Guatemala), en la que los hombres dejan de vestir de mujer y usan un ajuar muy sincrético, en el que sobresalen la montera (una especie de peluca hecha con fibra de ixtle sin teñir que imita la cabellera rubia); la máscara laqueada (incluye ojos azules de cristal, pestañas largas de pelo de cola de caballo, y el color sonrosado en la piel. Puede ser barbada y bigotuda cuando se trata del “parachico patrón” o denotar las sombras de un afeitado reciente); la chalina y los pantalones bordados con lentejuelas; un sarape de Saltillo al hombro; y una maraca metálica (chinchín), adornada con listones con la que acompañan sus grotescos gritos laudatorios.
Resaltando su belleza mestiza, las mujeres usan un sofisticado traje largo de raso, velado con vuelos de gasa, sobre los que se bordan flores de todos colores. La influencia del Istmo de Tehuantepec está presente en la joyería de filigrana con la que se adornan, así como en algunos antojitos que preparan para vender, como las garnachas y el pollo juchi.
Después del festejo del Señor de Esquipulas, el 17 de enero se festeja a otra de las deidades principales de Chiapa: San Antonio Abad, conocido regionalmente como “Sanantón”, y las chiapanecas y parachicos vuelven a desbordarse en las calles manifestando el júbilo que sienten por la fiesta del Santo.
Pero si las dos fiestas son apoteóticas, el día 20, cuando se festeja a San Sebastián Mártir, patrono de la ciudad, las chiapanecas y los parachicos casi entran en trance.
Durante los tres días, los “priostes” o “mayordomos”, sirven al pueblo la denominada “comida grande”, que es tasajo (carne de res secada al sol con salsa de pepitoria).
Al día siguiente por la noche, se realiza “El Combate”, un simulacro de batalla que se lleva a cabo con juegos pirotécnicos desde canoas que flotan sobre el río. El significado y el origen de ésta y muchas de las costumbres de la “Fiesta Grande” están sujetos a muchas conjeturas.
El 22 de enero se verifica un desfile de carros alegóricos, y en el principal va sentada la chica más popular del pueblo, transfigurada en “doña María de Angulo”, una benefactora legendaria, repartiendo monedas y golosinas.
El fin de la fiesta se da un día después, cuando los parachicos, en pleno, desfilan por Chiapa y celebran una misa en el templo de San Sebastián, en la que son azotados para expiar sus pecados y prometen regresar el año siguiente.

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